martes, 23 de noviembre de 2021

¿QUÉ ES UN AVE?

   Hace 150 millones de años, a finales del Jurásico, aparecieron los primeros antepasados de las aves de los que tenemos constancia y es de esta época uno de los fósiles más conocidos por todo el mundo, a lo que hay que añadir su propia trascendencia paleontológica. Los restos fósiles del Archaeopteryx, del tamaño de una paloma, encontrados en una cantera de Baviera en 1861 por unos obreros que partían pizarra, muestran claramente una especie en transición entre los reptiles y las aves, con características de ambos grupos: Mandíbulas con dientes y una cola más propia de un lagarto, acompañado de plumas en sus extremidades delanteras que quedaron finamente impresos en la piedra y que conformaban lo que identificamos y siempre hemos reconocido como las alas de un ave propiamente dicha. Uno de los “eslabones perdidos” más importantes del registro fósil, a medio camino entre los reptiles y las aves. Darwin estaba en lo cierto. Las aves aparecieron en pleno apogeo de los gigantescos dinosaurios que dominaban por aquel entonces la Tierra y, de hecho, se las considera herederas directas de un pequeño grupo de ellos (terópodos) que, en consecuencia, no se extinguieron del todo. Podemos decir que vivimos entre dinosaurios. Las aves modernas, tal y como las conocemos en la actualidad, debieron fructificar en número y variedad al final del Eoceno, hace unos 45 millones de años.

De las más de 10.000 especies de aves que están catalogadas, cerca de 350 se pueden observar en Cantabria.

   Muchas de las características que presentan las aves están muy relacionadas con la necesidad que tienen la mayoría de ellas de poder volar. No son excesivamente grandes y, en proporción a su tamaño, son muy ligeras. Para ello su esqueleto está formado por muchos huesos huecos como tubos, y algunos de ellos se han fusionado disminuyendo el peso del ave al poder prescindir de ciertos ligamentos y músculos.

 Plumas

Las plumas son seguramente la característica de las aves más distintiva y el elemento que las diferencia del resto de grupos animales. Su función equivale de algún modo a las escamas de los reptiles o al pelo de los mamíferos pero resultan mucho más versátiles y  proporcionan a las aves aislamiento térmico, repelen el agua en muchas especies, además de ser fundamentales para el vuelo y servirlas para pasar desapercibidas con sus plumajes crípticos o llamar la atención de las hembras con vistosas galas nupciales de insospechados coloridos.

Podemos diferenciar cuatro tipos diferentes de plumas, cada cual con funciones muy concretas para la vida de las aves. Las plumas de vuelo son las grandes plumas de las alas y la cola que están notablemente reforzadas y que con su gran superficie proporcionan el impulso necesario para el vuelo y las maniobras de las aves.  Las plumas coberteras recubren la superficie corporal, son aerodinámicas y aíslan eficazmente. El plumón es muy visible en los polluelos pero también lo poseen los adultos bajo las coberteras siendo perfectos aislantes térmicos. Por último, las filoplumas y vibrisas son parecidas a pelos y en algunas aves aparecen alrededor del pico o de los ojos pudiendo ser su misión muy parecida a la de nuestras pestañas.

El plumaje de las aves debe ser cuidado con esmero, en especial en aves migratorias como las espátulas.

La conservación de las plumas ocupa buena parte del tiempo de las aves cuando no están alimentándose o descansando, y suele suceder entre ambas actividades. Normalmente usan el pico para tal menester, picoteando las plumas, enganchando las barbas que se hayan separado y eliminando parásitos en el caso de que los hubiese. Para el perfecto cuidado de su plumaje, las aves producen una sustancia cérea en su glándula uropigial, situada justo encima de la base de la cola, con la que peinan sus plumas consiguiendo mantener la estructura de las mismas al tiempo que mejoran su impermeabilidad. También utilizan sus pies para “peinarse” la cabeza y limpiarse de posibles restos de suciedad en zonas de su anatomía inaccesibles para su pico.

Una gaviota cana nos muestra su glandula uropigial de la que extrae con el pico una sustancia cérea que le sirve  para peinar su plumaje y mantenerlo en perfecto estado e impermeable.  

Las plumas se gastan y pierden sus cualidades con el tiempo por lo que han de ser sustituidas. Esta renovación del plumaje se produce durante la muda que puede seguir diferentes estrategias y requiere de gran cantidad de energía por lo que las aves evitan realizarla cuando el alimento escasea o durante la migración. Es precisamente motivado por estas mudas el que muchas de nuestras aves presenten un aspecto muy diferente en su plumaje invernal del que lucen en el estival o nupcial.  

Picos y patas

Las aves presentan una gran variedad de formas y tamaños en sus picos que suelen estar íntimamente relacionados y adaptados a sus diferentes fuentes de alimentación. Entre nuestra avifauna tenemos ejemplos de esta variopinta panoplia de dagas, arpones, cascanueces, sondas o cribas que poseen las aves presentes en Cantabria. Desde los delicados picos de los pequeños paseriformes insectívoros como el de los reyezuelos o los mosquiteros, hasta los poderosos percutores de los picapinos, capaces de horadar el tronco de un roble, o los desgarradores y ganchudos picos de las rapaces, a los que no existe vísceras, carne o pellejo que se les resista. Recordemos que uno de los  elementos que más inspiró al grandioso Charles Darwin a la hora de desarrollar su teoría sobre el origen de las especies no fue otro que el pico de las distintas especies de pinzones que habitaban cada una de las islas de las Galápagos. Cada pico, diferente del que poseía el pinzón de la isla vecina, y perfectamente adaptado al tipo de recurso del que se alimentaba en cada caso.

Una garceta común acecha a los pequeños peces de roca de los que se alimenta. Sus largas patas le permiten moverse por aguas someras y su pico, como un arpón, junto al largo cuello que estira hasta lo imposible cuando lo necesita, la convierten en una máquina de precisión pescando.

Las patas de las aves quizás llamen menos nuestra atención pero también son muy variadas y están muy relacionadas con su forma de vida y el hábitat que ocupan. Por ejemplo las espátulas tienen largas patas con las que pueden caminar en aguas someras mientras buscan alimento con su especializado pico y, por el contario, los vencejos apenas poseen unos minúsculos pies con los que, la más aérea de nuestras aves, sólo se posa durante su periodo reproductor. Si tiene la mala suerte de caer al suelo  será incapaz de remontar el vuelo por sus propios medios con sus mínimas patas y sus gigantescas alas.  Los pies propiamente dichos están adaptados igualmente al tipo de vida de su propietario y pueden ser perfectos instrumentos para nadar como sucede con los patos, de enormes dedos para andar sobre la vegetación acuática como los de la gallineta, de finas uñas para trepar por los árboles como los agateadores, utilísimas agarraderas como en los equilibristas pajarillos forestales, o las mortales dagas de los halcones peregrinos. Por supuesto, las patas tienen otras muchas utilidades; para andar y nadar, como ya hemos visto, pero también pueden utilizar sus pies como nosotros hacemos con nuestras manos, desde asir cualquier cosa, incluido el alimento, hasta “peinarse” la cabeza, allá donde no llegan con su pico.

Vista y oído

La manera en que percibimos el mundo en que vivimos depende totalmente de la información que recibimos a través de nuestros sentidos y, como en el caso de las aves, nuestro principal aporte de estímulos viene dado por la vista (visión cromática) y el oído. Podemos deducir por tanto, que compartimos en gran medida la forma de descubrir y “entender” la vida  con las aves, mucho más que con el resto de mamíferos cuya vida gira normalmente alrededor de su portentoso olfato.

La visión es el sentido más importante para estos animales que se desplazan muchas veces por el aire a gran velocidad, y cuyos ojos poseen un tercer parpado, la membrana nictitante, que es traslucido y mantiene limpia y húmeda la superficie del ojo mientras vuela. Sus ojos son por lo general muy grandes en proporción al tamaño del ave y suelen estar situados a los lados de la cabeza, proporcionándoles esta disposición un gran campo de visión. Las rapaces nocturnas por su especial actividad en la oscuridad tienen los ojos en el frontal de la cara, pero a cambio pueden girar la cabeza 360 grados.

Todas nuestras aves tienen la vista y el oído como sentidos más desarrollados. Esto se hace bien patente en nuestras rapaces nocturnas, como los búhos campestres que atraviesan nuestra región en sus pasos migratorios y son capaces de cazar tanto con la vista como de oído.

Otras adaptaciones en la visión de algunas aves las encontramos en las aves pescadoras que son capaces de localizar a su presa desde el aire, compensando la diferencia con que la luz se comporta entre ambos medios para poder capturarla con precisión. También es importante la cantidad de campo visual que se encuentra enfocado en cada momento, y que en las aves es de unos 20 grados. Comparados con nuestros escasos 2,5 grados de enfoque, las aves tienen una gran ventaja a la hora de detectar pequeños movimientos, detalle muy útil durante sus migraciones, pudiendo notar los mínimos desplazamientos del sol y de las estrellas, o simplemente a la hora de detectar una presa a gran distancia.

Salvo por la ausencia de orejas, probablemente para mantener la línea aerodinámica del ave, la estructura del oído de los pájaros es muy similar al nuestro. Las aves pueden distinguir sonidos mucho más cercanos en el tiempo de lo que nosotros somos capaces de captar. Por esta peculiaridad están preparadas para recibir mensajes bastante más complejos de los que nuestro oído sería capaz de distinguir en el mejor de los casos. Las aves pueden oír sonidos de aproximadamente la misma frecuencia que nosotros gracias a lo cual podemos disfrutar, casi tanto como ellas, de sus conciertos, perfectamente afinados para nuestros delicados oídos.

El canto

Las aves emiten cantos y llamadas con el fin de comunicarse con sus congéneres y utilizan sonidos muy variados que pueden llegar a ser extremadamente complejos en algunas especies. Cada llamada tiene un significado diferente y ofrece mucha información al resto de aves que la escuchan. Aunque nosotros seamos incapaces de distinguirlos, cada individuo tiene una voz ligeramente diferente del resto, cosa que ayuda a que las demás aves puedan identificarla.

Los zarceros políglotas, en cuanto llegan a Cantabria de su invernada en África, ocupan sus territorios de cría y lo reclaman a los cuatro vientos con sus interminables recitales canoros.

Uno de los sonidos que más escucharemos en nuestras salidas al campo son las llamadas de alarma ya que a nosotros, normalmente, se nos percibe como una amenaza para el resto de la fauna. Estos sonidos de alarma suelen coincidir en el fondo y en la forma en muchas de las aves que conocemos ya que tienden a ser muy cortos y en unos límites de frecuencia que dificultan especialmente su localización. Cumplen a la perfección con su cometido de no delatar al emisor y avisar al resto de sus congéneres.

Los cantos propiamente dichos suelen ser utilizados principalmente por los paseriformes y son muy variados; desde los que poseen muy pocos elementos que se repiten constantemente en el mismo orden, hasta los más complejos, como los carricerines comunes que poseen hasta 50 elementos distintos y que se combinan en innumerables composiciones. Algunas especies como estorninos y carriceros políglotas son capaces de imitar a muchas otras especies lo que habla muy a las claras de su virtuosismo vocal. La finalidad de estos recitales suele estar relacionada con la reproducción, bien avisando a sus posibles rivales de su vitalidad y poderío, o a sus posibles parejas de su disponibilidad y buena genética. Lo curioso es comprobar cómo algunas aves cantan en invierno, quizás ensayando para la inminente primavera o, quién sabe, simplemente por amor al arte.

Por último merece la pena resaltar el carácter de lenguaje universal que es inherente al canto de las aves y nos hace disfrutar de él aún siendo, nosotros y ellas, especies tan diferentes y con necesidades y vidas antagónicas. Entre nosotros existen auténticos amantes al canto de las aves y sus conciertos campestres, que lo declaman, como quien se desnuda emocionalmente, con esta declaración de intenciones: “Me llamo Dave Langlois y soy adicto al canto de las aves.”  ¡Ahí queda eso!

 

El cortejo

Muchas veces los machos se hacen con su territorio antes incluso de la llegada de su futuro amor. Una manera de atraer la atención de su pareja es mediante el canto, especialmente en las pequeñas aves canoras que desde finales de febrero inundan nuestros campos de melodiosas sinfonías que sirven además para advertir a posibles rivales de que allí el que manda es él. Las alondras unen a su canto en vuelo la exhibición aérea tan característica que finaliza con el llamado descenso en paracaídas.

Los vistosos plumajes de algunas especies son otro reclamo perfecto para buscar pareja y normalmente son los machos los que lucen más atractivos, por ejemplo en muchos patos, mientras que las hembras aparecen más discretas ya que se dedicarán casi en exclusiva a la crianza de sus polladas y necesitan pasar desapercibidas. Esta diferencia entre el aspecto de los machos y las hembras de una misma especie recibe el nombre de dimorfismo sexual.

Aves como los somormujos lavancos no se conforman con su innegable belleza y culminan y afianzan su relación de pareja ejecutando auténticos ballets acuáticos durante su cortejo primaveral, dignos del mejor documental de la BBC.

Antes de culminar la relación con la cópula, la mayoría de los machos dedican especiales atenciones a la hembra elegida: serenatas desde la rama de un árbol, exhibiciones aéreas por parte de las rapaces, el ballet acuático de los somormujos, regalos en forma de comida, o simples carantoñas y arrumacos como los que se dedicaron estas fochas justo antes de la fotografía que acompaña a este texto.   

 Las paradas nupciales de la mayoría de las aves rapaces consisten en llamativas coreografías aéreas culminadas con picados impresionantes, o con los dos miembros de la pareja entrelazando sus garras en vuelo, descendiendo vertiginosamente mientras emiten sus gritos de amor desenfrenados.

Otra práctica común entre muchas aves es la ofrenda por parte del macho de alguna presa en el caso de halcones o martines pescadores, o de algún presente en forma de guijarro o adorno como sucede con chorlitejos o urracas, tras cuya aceptación por parte de la hembra suele producirse la deseada cópula.


Nidos

Tendemos a trasladar comportamientos y costumbres humanas al resto de los animales y muchas veces este antropocentrismo nos lleva a cometer errores de bulto. Por ejemplo considerar al nido de las aves como su hogar no es del todo correcto, o al menos no como lo entendemos habitualmente. Quizás se acerque más a la idea que tenemos de hogar, el territorio protegido por ciertas especies que defienden de cualquier intruso que ose atravesar sus invisibles paredes.  En los nidos propiamente dichos, no viven normalmente los adultos y únicamente los utilizan durante el periodo reproductor para sacar adelante sus nidadas. Las nuevas generaciones también lo abandonarán en cuanto tengan oportunidad, en el momento de su emancipación, y sin embargo los nidos son de vital importancia en la vida de las aves como podemos deducir fácilmente.

La variedad de nidos que se presentan en la Naturaleza son casi tan numerosos como el de especies de aves y pueden ser desde los prácticamente inexistentes, simples repisas en acantilados o depresiones del suelo como acostumbran a utilizar los andarríos chicos, hasta los más elaborados, en forma de bola con tallos y hojas entrelazados, dejando un pequeño agujero de entrada en un lateral en el caso de los diminutos pero trabajadores chochines. Los hay en forma de cuenco, los más clásicos en nuestro imaginario como son los construidos por los mirlos, y los que utilizan oquedades en árboles o edificaciones previamente acondicionadas y donde la hembra depositará sus huevos como hacen los inquietos carboneros. Los hay minúsculos pero muy coquetos como los de los jilgueros, o gigantescos y abigarrados como los de las cigüeñas o las águilas reales. Mención aparte merece el cuco común cuyo nido dependerá de la especie que parasite en cada momento. Volar sobre el nido del cuco, como decía la película de Milos Forman, es volar sobre ninguno… o sobre todos.

Nido de cigüeña blanca

Es muy importante la ubicación del nido que tendrá mucho que ver con la seguridad y la protección de la nidada de posibles enemigos o de las inclemencias meteorológicas. Las especies más pequeñas “juegan” a esconderlo y las mayores tienden a colocarlos en zonas inaccesibles.

Como característica final podemos diferenciar a las aves que anidan en solitario como  pueden ser los verderones, que confían en pasar desapercibidos de sus depredadores, de las que lo hacen en colonias, como los charranes comunes de Raos que han hecho suyo el dicho “la unión hace la fuerza”.

 

Huevos

Una vez preparado el nido y con la pareja de adultos bien consolidada, la hembra inicia la puesta que es como se llama al conjunto de huevos que se empolla cada vez. La puesta varía desde un solo huevo como en el caso de los buitres, hasta las familias numerosas de los ánades azulones de hasta 13 huevos.

El tamaño de los huevos suele ser proporcional al tamaño del ave que lo pone si bien los de los pájaros pequeños son relativamente más voluminosos. Por tener una referencia señalaremos que el huevo de un ave pequeña tipo gorrión representa algo más del 10% del peso de un adulto mientras que entre los gigantescos cisnes este peso supone apenas un 4% del peso total del ave adulta.

La forma de los huevos puede ser casi esférica como es el caso de las rapaces nocturnas; o piriforme (con forma de pera), así son los de muchas limícolas que los disponen en círculo para ocupar el mínimo espacio y aprovechar al máximo el calor del vientre de la hembra; aunque la mayoría tienen la clásica forma de huevo que todos conocemos, forma de huevo de gallina. El color de los huevos también es bastante variable entre las distintas especies pero como norma general los de las especies que anidan en oquedades son blancos, y los de las aves cuyas nidadas están más a la vista están diseñados para pasar desapercibidos, con tonos parduscos, grisáceos, azulados o verdosos con pintas o manchas que los camuflan.

Una vez realizada la puesta comienza la incubación  que viene a ser como el periodo de gestación en los mamíferos. Es indispensable mantener el huevo caliente para que el pollo se desarrolle en el interior y, para ello, en muchas especies el adulto encargado de cubrir la puesta (pueden ser ambos miembros de la pareja turnándose) suele perder las plumas que cubren la placa incubatriz durante este periodo para de este modo transmitir mucho más eficientemente el calor a su nidada.

 

Polluelos

Llega un momento trascendental en la vida de las aves, la eclosión del huevo. Hace algunos días que el pollo ya está prácticamente formado y desde el interior del huevo comienza a percibir los sonidos de sus progenitores e intenta comunicarse con ellos con sordos sonidos. Enseguida aprende a distinguir los reclamos de alarma de sus padres que le aconsejan mantener un prudencial silencio, todo esto antes de ver la luz del día y protegido por la cascara que ha sido todo su mundo hasta ese momento. Para romper la cascara utiliza su pico que posee en ese momento una protuberancia muy dura llamada “diamante” y que perderá a los pocos días del nacimiento. El pollo va debilitando la cascara con el pico para, sin dilación y ayudándose con la cabeza,  acabar abriendo una ventana al exterior. ¡Hemos llegado!

Hay que ser muy cuidadoso con las aves durante su periodo reproductor y respetar los nidos, huevos y pollos, sin manipularlos y sin delatar su presencia a posibles enemigos, además de no molestar a los adultos que están muy atareados y sensibles en cada una de las fases reproductivas. Este pequeño mirlo logró abandonar sano y salvo, el nido que sus padres decidieron construir en nuestro jardín, en Laredo.

Podemos diferenciar dos tipos de aves dependiendo del grado de desarrollo con el que nacen: Nidícolas son los que nacen desnudos, ciegos y desvalidos, incapaces de desplazarse y que dependen completamente de sus padres que deben protegerlos y darles calor, además de alimentarlos cada poco tiempo para que se desarrollen lo más rápidamente posible. Los pequeños paseriformes suelen ser nidícolas y deben permanecer unas dos semanas en el nido hasta ser capaces de iniciarse en el vuelo y abandonarlo para tratar de buscarse la vida por sí mismos.  Otros nacen con los ojos abiertos y cubiertos de plumón, siendo capaces de desplazarse por su propio pie desde los primeros minutos de su vida. Son los llamados nidífugos y un buen ejemplo de este tipo de aves son los patos que desde el momento en que nacen siguen a su amorosa madre por esos campos de Cantabria.

En los meses primaverales nos podemos encontrar con hembras de azulón acompañadas de numerosos patitos que, apenas eclosionan los huevos, están preparados para abandonar el nido. Este tipo de aves que no necesitan permanecer en el nido para completar su desarrollo se denominan nidífugos. Los clásicos pollos que nacen mucho más desvalidos y necesitan crecer y emplumarse en el nido son los llamados nidícolas.

 Para las aves nidícolas es muy importante la limpieza del nido en el que deberán permanecer hasta que los pequeños se decidan y estén preparados para abandonarlo. Para evitar que los excrementos de los pollos se acumulen en el nido los paseriformes suelen utilizar una curiosa estrategia. Las deyecciones vienen envueltas en un blanco saquito que los adultos se tragan directamente o lo arrojan a cierta distancia del nido para evitar llamar la atención de los depredadores por la acumulación de excrementos bajo el nido. Las aves de mayor porte como las rapaces, se acercan al borde del nido y desde allí los proyectan al exterior en forma de chorro.

Los pollos nidícolas van adquiriendo rápidamente su plumaje de ave joven a la vez que van perdiendo el típico plumón de cría indefensa que les adornaba con lo que, irremediablemente, se acerca el momento en que deberán abandonar su protector nido y aventurarse a aprender a vivir bajo la tutela de sus amorosos progenitores. Otro momento trascendental en la existencia de las aves.

Volantones

¿Qué pasará por la cabecita de los jóvenes estorninos que van a abandonar por primera vez el agujero en la teja de tu tejado, bajo la cual ha pasado sus primeros 13 días de vida junto a sus 5 hermanitos? Ese momento decisivo sucede sin distinción de especie en todas las aves nidícolas cuando han completado, o están cerca de ello, el desarrollo de su plumaje de vuelo. Algunas excepciones a esta regla son nuestras rapaces nocturnas, como el cárabo común, que abandonan la oquedad que han utilizado como nido antes de poder volar, y permanecen una buena temporada en las ramas de las inmediaciones donde serán alimentados por los adultos.

Los jóvenes recién salidos del nido, como este pequeño jilguero que reclama alimento al adulto, dependen aún de sus padres para sobrevivir. Muchos se lanzan a vivir sin apenas saber volar… las bajas son cuantiosas.

 La mayoría de las aves apura bastante el momento de abandonar el nido y suelen ser ya capaces en su mayoría de ejecutar, aunque torpemente, su capacidad de vuelo en ese crucial instante. Los más débiles caerán al suelo y serán alimentados sin cesar por los infatigables padres hasta que vayan adquiriendo la fuerza y la destreza en el vuelo que les permita desplazarse y acompañar a los adultos a conocer mundo. En esta fase de desarrollo, tan dependiente e indefenso, a los pollos se les denomina volantones. Durante los meses de verano es muy fácil que nos encontremos con bastantes de ellos que nos parecerán abandonados y en peligro. Lo más habitual es que sus padres estén muy cerca, guardando la distancia de seguridad ante un enemigo potencial como le pareceremos nosotros y lo mejor que podemos hacer es dejarlos tranquilos ya que los jóvenes necesitan aporte alimenticio cada poco tiempo para completar su desarrollo, y nuestra presencia no hace más que dificultar las cebas. Únicamente si apreciamos que el pollo se encuentra en una zona peligrosa (entre coches, en el suelo de un parque con perros, zonas muy transitadas…) optaremos por la opción de capturarlos y depositarlos en algún lugar más seguro de los alrededores, a salvo de posibles enemigos y, a la vez, localizables por sus preocupados padres.

Los jóvenes halcones peregrinos aprenden rápidamente los secretos del vuelo y practican y lo perfeccionan desde sus primeros saltos al vacío jugando con sus hermanos o con sus padres, persiguiéndose, entrelazando sus garras en vuelo o pasándose las presas acarreadas por sus padres, lanzando el botín al aire y recogiéndolo antes de que caiga al suelo. Exactamente igual que hacen nuestros pequeños aprendiendo mientras juegan.

La migración

Se trata de uno de los fenómenos más fascinantes que podemos observar al estudiar la vida de las aves. Podemos definirlo como el desplazamiento cíclico, regular y voluntario que realizan un buen número de especies de aves en busca de los lugares más adecuados en cada época del año, bien por su climatología como, principalmente, por la presencia y accesibilidad del vital alimento.

Estos desplazamientos se producen en nuestra región entre las áreas de reproducción y las de invernada y se pueden dividir en migración prenupcial, cuando las aves se dirigen a sus cuarteles de cría hacia el norte, evento que suele producirse en los meses de primavera, y la migración postnupcial en su viaje de vuelta hacia el sur, a las zonas de invernada, generalmente durante el otoño, siempre buscando las mejores condiciones para alimentarse y vivir gracias a su portentosa capacidad de volar.

Podemos distinguir entre los migradores de largo recorrido o transaharianos, que podemos intuir por su nombre que se desplazan después de su periodo reproductor a zonas situadas al sur del Sahara, y los migradores de corto recorrido o presaharianos que suelen elegir para invernar la cuenca mediterránea.

Existen también las migraciones altitudinales que suelen realizar aves de alta montaña a zonas de menor altitud durante el invierno, pudiéndose localizar aves tan típicas de nuestras más altas cumbres como el treparriscos, incluso al nivel del mar.

Otros movimientos, que no son considerados migraciones propiamente dichas, son las “fugas de tempero” que suelen darse cuando durante los más crudos inviernos europeos, la nieve y el hielo impiden el acceso al alimento a ciertas especies, y nuestros campos se llenan de avefrías, chorlitos dorados o zorzales que buscan la relativa benevolencia del clima en la Península Ibérica.

Cantabria se encuentra en plena ruta migratoria de muchas especies europeas. Las espátulas tienen en las Marismas de Santoña una de las paradas obligatorias en sus periódicos desplazamientos.

Para realizar estos impresionantes viajes las aves deben encontrarse en perfectas condiciones, con el plumaje impecable y con las suficientes reservas de grasa para tan duras travesías. Existen puntos muy importantes para ellas, a medio camino entre sus zonas de reproducción y las áreas de invernada, donde pueden descansar y reponer fuerzas. Nuestros humedales son vitales para miles de estas aves así que es nuestro deber proteger y conservar estas “áreas de servicio” para aves, en perfectas condiciones.

La manera en que las aves realizan estas travesías depende también de cada especie. Las hay que viajan de día, orientándose por referencias visuales o por la posición del sol, y las que viajan de noche evitando el encuentro con las temidas rapaces y guiándose por las estrellas o utilizando los campos magnéticos de la Tierra. Las hay que viajan en solitario y las que lo hacen en grandes bandos, sobrevolando nuestras tierras utilizando la clásica formación en uve para ser más eficaces en su vuelo.

Este fenomenal trasiego de millones de aves de norte a sur y de sur a norte, supone un espectáculo vital perceptible para cualquier observador de aves que preste un poco de atención en las fechas adecuadas.

El vuelo

El vuelo se consigue creando una fuerza ascendente que contrarreste la fuerza de la gravedad y para ello las alas de las aves (todo su cuerpo en realidad) están perfectamente diseñadas.  Cuando el aire se desplaza sobre un ala correctamente situada, la velocidad que adquiere en la parte superior es mayor que por la inferior ya que tiene un mayor recorrido que realizar. Esto supone que la presión ejercida por el aire es también diferente, mayor debajo y menor por encima del ala, lo que provoca la elevación del ave.

Factores que afectan a esta elevación que se transforma en vuelo son el tamaño del ala, la velocidad del aire que pasa por encima del ala, y el ángulo que el ala forma con la corriente de aire, el llamado ángulo de ataque.

Uno puede quedarse extasiado observando el vuelo planeado de los impresionantes buitres leonados.

 Existen dos formas de vuelo fácilmente reconocibles; el primero y más elegante es el vuelo planeado de aves grandes como los buitres que se aprovechan de sus enormes alas para desplazarse sin apenas esfuerzo. La eficacia de este tipo de vuelo depende de la velocidad a la que se desplace el ave y debe iniciarse en la mayoría de las ocasiones lanzándose desde algún lugar elevado. Desde el suelo el despegue es mucho más costoso y suele requerir de una carrera acompañada de fuertes aleteos. El otro tipo de vuelo al que hacía mención es el vuelo impulsado, utilizado por la mayoría de las aves y que consiste en el rápido batido de alas para vencer la resistencia de la gravedad y del aire. Una vez ha conseguido elevarse el ave debe dominar otras variables como son los giros y maniobras aéreas, así como los despegues y aterrizajes. Todo un arte, volar.

El vuelo de las aves tiene una explicación física pero, para el hombre, desde siempre ha supuesto una fuente de inspiración y deseo inalcanzable que a muchos nos ha atraído de tal modo que forma ya parte de nuestras vidas. Como escribió Antonio Sandoval en su memorable “¿Para qué sirven las aves?” elucubrando sobre qué daría a los humanos si él fuese un Dios para recobrar su atención y respeto: “Tendría que ser algo muy hermoso y útil a la vez. Tan resistente como frágil. Muy ligero y lleno de música y color. Algo que animase los paisajes llevando y trayendo mensajes a todos cuantos quisieran escucharlos… Algo capaz de inspirar a los poetas, intrigar a los curiosos, apaciguar a los violentos y levantar a los rebeldes. Algo que sirviera para volar.”  

Referencia: “¿Para qué sirven las aves?” de Antonio Sandoval Rey (Editorial TUNDRA)

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